El libro de Roberto Moso sobre "los días del rock radical", dedica en el capítulo V, a narrar algo de la historia de ESKORBUTO la banda de punk originaria de Santurtzi
Capitulo V.- ESKORBUTO
“Hoy es uno de esos días en los que me gustaría ser de Eskorbuto”, dijo Ernesto en cierto momento de aquel día tan especial.
Los años pasan y ellos siguen ahí, tozudamente, ganando batallas después de
muertos como decían del “Cid campeador”.
Estoy esperando un tren, jugando con mi hija y leo una pintada reciente en la pared de la estación: “Eskorbuto, eskizofrenia rock”. Camino por el paseo marítimo de Benicarló y pasan a mi lado dos chavales con chupas de cuero donde aparece su nombre escrito en la espalda. Están en los retretes, en las conversaciones, en las reediciones, en los discos-homenaje.
Son una presencia constante y no sólo porque aparezcan en mis recuerdos, lo cierto es
que han dejado huella. Me resulta cuando menos una ironía comprobar que al buscar mi nombre en internet, éste aparece a menudo vinculado a Eskorbuto.
Josu y Juanma fueron los ideólogos y máximos carismas de una banda con muchísimo carisma. “Demasiados Enemigos” titularon su última obra. Nada más cierto. Llegó un momento en que eran odiados por los “picas” del tren y por las gentes de bien, por la policía y por muchos militantes radicales, por los taberneros de medio Bilbao y por casi todos los músicos, por muchos “punkys” que les consideraban macarras y por muchos macarras que les consideraban “punkarras”. El “Anti Todo” terminó en “Demasiados Enemigos”, no podía ser de otra forma. Ni siquiera ellos mismos estaban unidos contra el mundo. Se odiaban con la misma intensidad que se amaban y se separaban amargamente para después volverse a juntar porque nadie les iba a comprender tanto como el uno al otro: pura esquizofrenia.
Recientemente estuve llevando castings para un programa de televisión. Se trataba de encontrar aspirantes para un concurso en el que se busca pareja. Una de las candidatas era una punky reglamentaria de las que ya no se ven. Se dedicaba a hacer acrobacias con antorchas por la calle y como mascota tenía una ratita.
Cuando le preguntamos cuál era su música favorita respondió sin dudarlo: Eskorbuto. En un ejercicio de vanidad le conté que yo les puse el nombre, ella me miró con cierta guasa en la expresión y me soltó desafiante: “ya, pues yo bauticé a los G.B.H., qué te parece”. Lo cierto es que así fue, y a veces pienso que quizá esa acabe siendo mi mayor aportación a la historia de la humanidad.
Josu estuvo con nosotros desde el 77 hasta el 80, es decir, en la época en que éramos
un anteproyecto que andaba dando tumbos. La manera de conocerlo ya fue bastante original. Manu, un amigo del instituto que militaba en las Juventudes Comunistas (E.G.K.) me lió para dar una charla sobre rock en la Asociación de Vecinos del barrio de Las Viñas. Yo no me veía dando charlas pero ante su insistencia tuve una idea alternativa: haría una “proyección” sobre la vida, obra y milagros de los Rolling Stones. Mis armas en aquella batalla eran:
a) Un montón de revistas musicales.
b) Un proyector marca “Ricolor”, en realidad un juguete que resistía desde mi
infancia y proyectaba cualquier foto que le pusieras debajo.
Mi amigo Manu contaba con captar adeptos para el comunismo y yo esperaba hacer lo mismo para los Rolling Stones.
Aparecieron unos quince tuercebotas del barrio, suficientes para abarrotar una sala mínima. Les fui soltando todo el rollo mitómano que albergaba en la parte ociosa de mí recalentada mollera, ocupada casi exclusivamente por el rock y alguna sofocante imagen femenina. Llegó un momento en el que me fui quedando sin material gráfico. Las múltiples informaciones, anécdotas y exageraciones seguían fluyendo sin parar mientras las fotos se repetían sospechosamente. Decidí sobre la marcha cometer una pequeña golfería, tomé una imagen muy borrosa de Roger Daltrey y la intenté colar como una más de Mick Jagger. Nadie parecía haber reparado en el cambiazo.
Cuando el acto terminó todos marcharon excepto uno. Era rubio, melenudo y con barbas. Llevaba una chamarra roja ceñida con cuadros blancos, unos vaqueros resobados y unas camperas machacadas. Portaba también una guitarra llena pegatinas,
la más grande de todas me puso en guardia enseguida: era la “diana” de los Who. Era la viva imagen de un rockero-macarrilla de barrio. Sus ojos azules tenían un brillo de malicia. En efecto, me había pillado. Encontrar entonces adictos a la distorsión no era tan sencillo. Los enganchados al rock & roll nos olfateábamos y nos juntábamos como bestias en celo pero lo de Josu era único. Para contarte tal o cual episodio de la historia de los Who emulaba una por una la puesta en escena de todos los componentes. Recuerdo representaciones entusiastas en el portal de mi casa y vecinos aterrados que creían que le habría dado un ataque de epilepsia.
Pete Townshend, Keith Moon, Roger Daltrey y hasta el soso de John Entwistel se reencarnaban en su nerviosa figura, y como buen mitómano, era el doble de espectacular que ellos.
Josu se había fumado todos los “Popular 1” y todos los “Disco Express” del mundo y recreaba también toda aquella literatura como Alonso Quijano hacía con los libros de caballerías. Aquella pobre guitarra recibía golpazos constantemente y nunca se rompía, si acaso le ponía otra pegatina sobre la grieta y en paz. Parece que lo estoy viendo, marcando acordes y activando la púa a velocidad de vértigo, siempre con un cigarro entre los nicotinosos dedos. Josu y yo pasábamos largas horas soñando otros mundos con más acción y más interés pero Zarama se le acabó quedando pequeño. A Josu le exasperaban aquellos periodos de “impasse” en los que no hacíamos nada, tampoco veía con buenos ojos la presencia de Nekane, le parecía que no lo vivía de verdad. El rechazo era mutuo. Ironías de la vida: ambos tuvieron un final similar.
A Juanma lo conocía del “Jandros”, antro santurtziarra donde nos dejábamos caer (pura ley del embudo) todos los que disfrutábamos con el rock y sus aledaños.
El “Jandros” era heredero del “Club 51” reventado por ETA y acabó precintado por el ayuntamiento ante la presión vecinal, lo que se dice un local maldito. La primera relación fue “comercial”, ya que él trapicheaba esporádicamente y poco a poco fuimos entrando en confianzas. A mí me hacía gracia su desparpajo y a él, me temo, le hacía gracia, sobre todo, mi novia. Juanma era alto, con cara redonda y melenas a lo Jim Morrison –de hecho le encantaba el “Roadhouse Blues”– pero lo que realmente le iba era la “química”. Para hacer un estudio sobre los efectos de cualquier sustancia, nada mejor que tomar apuntes después de estar con él una tarde. Juanma era de otro barrio heavy de Santurtzi: Kabiezes, por alguna extraña razón, los que bajaban de allí eran auténticos kamikazes del pastilleo, vivía cerca del cementerio y siempre se le notó. Le encantaban los temas escabrosos.
En un momento de auténtica crisis en nuestra banda, Juanma y yo nos pusimos a fantasear con la posibilidad de montar otra. En aquellos días estábamos enganchados
con los Ramones y pensábamos hacer algo así: fácil, rápido, directo. Josu, que también se dejaba caer por aquel antro, sería la otra pata del banco y también mi amigo de la infancia, Laiki el autostopista, estaría en el ajo. El nombre surgió sin más, porque sonaba “como si vomitas al decirlo”: “Eskor...¡BUTO!”, y después de hacer unas risas con la ocurrencia, Juanma apareció al día siguiente diciendo que había tenido sueños delirantes con el nombre y le parecía perfecto. Cuando los otros “zaramas” se enteraron de mis coqueteos al margen del grupo me llamaron al orden. La verdad es que, dejando a un lado la broma, yo me sentía mucho más que miembro de un grupo de rock. Zarama era mi familia, mi proyecto, el resumen de mis mejores sueños y en el terreno personal, me sentía plenamente identificado con los demás componentes.
Pero la mecha eskorbutiana estaba ya encendida y la llama se dirigía imparable hacia el barril de pólvora. Juanma, Josu y Laiki ficharon a un batería de Kabiezes –apodado el “Gu”– y pusieron en marcha la leyenda. Josu aportaba sus visiones apocalípticas, sus sueños febriles de imposibles revueltas sociales, su orgullo de generación, de barrio y sobre todo, aunque resulte chocante hablando de un grupo punk, su instinto comercial, su extraordinaria capacidad para crear canciones himno
de estribillos contagiosos. Juanma, por su parte, aportaba las pesadillas. La vieja que le atormentaba en su infancia, la tierra dominada por los dinosaurios, los muertos, obsesivamente presentes en toda su obra.
La creación del grupo coincidió con la expansión del punk y sirvió de continua inspiración para ellos. De pronto era habitual verles con discos de Plasmatics, UK Subs, G.B.H., Exploited, Dead Kennedys y toda la generación de continuadores de la saga Pistols. Pero el gran drama de Eskorbuto, es que no valían para malos. Lo intentaron con tesón pero no les salía. Si trataban de robar en una iglesia, despertaban a todos los vecinos y acababan en chirona. Si pretendían dar un tirón, la dueña del bolso resultaba ser campeona olímpica y corría más que ellos. Si se colaban en el tren, los guardias jurados les daban pal pelo... para ser los delincuentes juveniles que a veces se creían, les faltaba ese algo más que caracteriza al verdadero canalla, ése que, evidentemente, puede vestir chupa de cuero o trajes exorbitantes.
Cuando publicaron la reedición de algunos discos de Desechables y leí la biografía, quedé asombrado de los paralelismos que había entre ambas bandas. Ellos también se fundaron en torno al tasco “enrollado” de turno y también jugaron a delincuentes juveniles cuando, a todas luces, no lo eran.
La diferencia está en que a uno de los componentes de Desechables lo mataron cuando trataba de atracar él solo una joyería con un arma de juguete. El dueño de la tienda tenía una de verdad y no se lo pensó.
A Josu le gustaba mucho repetir aquello de “todavía nos seguimos riendo”, pero lo cierto es que también, yo diría que sobre todo, sufrieron de lo lindo. La militancia
anti-todo les hizo incómodos en todos los ambientes y su rápida adicción a la heroína les llevó a menudo a merodear los ambientes más sórdidos. Moverse con ellos requería mentalizarse seriamente para cualquier tipo de susto. No se cansaban nunca. Podían hacer burla a una pareja de la Ertzantza y echar a correr, meterse en un portal a hacer sus maniobras y encararse con el vecino más malencarado del mundo, entrar en el autobús y dedicarse a comprobar si el martillito de emergencia sirve de verdad para romper el cristal (servía), era un puro sinvivir. En varias comisarías ya se los tomaban a cachondeo.
Aquella primera fase de cercanía entre nuestros grupos terminó cuando se largaron a Kabiezes. La familia del Gu tenía una casita deshabitada perdida entre pabellones industriales y allí se instalaron, en un lugar donde podían meter todo el ruido que querían y donde además tenían espacio para rascarse a gusto los huevos.
Fue una fase de gran creatividad donde compusieron buena parte de sus canciones
legendarias. Pero ni Laiki ni el Gu fueron capaces de seguir mucho tiempo ese ritmo. En sus andanzas callejeras dieron con Paco, que también tenía local y batería en Portugalete y no pararon hasta que le afeitaron la barba. A partir de ese preciso momento Eskorbuto se convirtió en un misil. Para que tres personas hagan una banda contundente, esa banda ha de ser la hostia. Pocas hay realmente, pero todas de quitarse la boina: Cream, Motorhead, ZZ Top, Kortatu, Police, The Jimmy Hendrix Experience... Ellos lo consiguieron.
El tiempo, que todo lo borra, podrá aparcar en el olvido muchas anécdotas asombrosas, pero tardará en cargarse esas canciones excepcionales compuestas con las tripas y que son su mayor legado: “Ratas en Bizkaia”, “Tamara”, “Rogad a Dios por los Muertos”, “Mucha Policía, Poca Diversión”, “Busco en la Basura”, “Soldados”... Lo que ya es privilegio generacional (todas las generaciones tienen los suyos) es haberlos visto en directo. Era raro, muy raro, que hicieran una actuación rutinaria, sus puestas en escena eran siempre intensas, conflictivas, imprevisibles.
En el fondo, a ellos mismos les superaba este hecho. Saber que van a ocurrir cosas inesperadas puede ser divertido al principio, pero con el paso del tiempo uno tiene el deseo inconfesable de que el personal se dedique a corear tus canciones, que te pidan unos cuantos bises e irte tan contento para casa después de cobrar.
Para ellos era realmente difícil. Cuando no había peleas, alguien rompía los focos
o caía de bruces sobre la mesa de mezclas. Bolo, personaje fundamental en el mundillo
musical de Bilbao, suele decir que el punk fueron Sex PIstols y Eskorbuto, quizá tenga razón, lo que ocurre es que los Sex PIstols terminaron su disparatada andadura en menos de dos años y se dedicaron a vivir del cuento.
Eskorbuto, en cambio, alargaron durante más de una década su desquiciada trayectoria.
El mártir de la movida Pistols fue Sid Vicious. En todas las películas y reportajes sobre aquel episodio, el resto de la banda suele soltar unas lagrimitas de homenaje a su figura, lamentablemente perdida en manos del “sistema” y de “aquella zorra que lo manipuló”. Los demás predicadores del “No Future” han tenido un futuro cojonudo.
Lo de Eskorbuto en cambio, fue como si a los Pistols, les hubieran obligado después a convivir con toda la enérgica secuela de punkys desquiciados que ellos mismos parieron (y contra la que tantas pestes echaron).
Después de la fama inicial, Juanma y Josu podrían haberse retirado a sus castillos de invierno y dejar que los fans se los imaginaran donde quisieran, pero no. Sus aficiones y su estricto sentido de la coherencia, les llevaron a seguir en la puta calle. De esta forma, nuevas hornadas de punkeros, mucho más enérgicos, radicales y sobre todo, menos quemados que ellos, tuvieron la extraordinaria oportunidad de rular con sus ídolos por la calle y comprobar en directo si eran tan auténticos como los habían imaginado. Insisto, ellos no valían para “malos”, sencillamente no lo eran.
De aquella triste etapa de finales de los ochenta, sacaron un balance catastrófico: se engancharon de forma irreversible, destrozaron lo que les quedaba de salud y fueron vetados en casi todos los bares donde pretendían entrar, esto sin contar la innumerable cantidad de palizas que se comieron para demostrar su valor, porque valientes si eran, demasiado incluso.
Durante un viaje a México en 1992 y pude observar con asombro como decenas de cintas piratas se vendían en rastros y tiendas de música sin que nadie hubiera movido un dedo para que así fuera. Esto puede sonar exagerado, pero doy fe de que entonces, su casa de discos no había dado un solo paso para promocionar ni distribuir a Eskorbuto más allá de Finisterre. La leyenda cruzó el océano sin aparato promocional alguno.
En los estertores de su existencia, llegaron a conocer un inmenso pabellón mexicano repleto de fans que coreaban sus canciones. Para entonces Josu era incapaz de moverse de su casa, Juanma y Paco le fueron enseñando las canciones a Iñaki, guitarra de los donostiarras Speed, durante el viaje en avión.
Increíble pero cierto.Un capítulo decisivo en su atormentada odisea, fue la detención en Madrid y la aplicación de la ley antiterrorista. “Las Gestoras pro-Amnistía dormían mientras nosotros nos pudríamos”... Corrieron muchos ríos de tinta en su día con este suceso que a ellos les cabreo sobremanera, pero antes de que ocurriera, ellos no estaban alineados con la izquierda abertzale y es muy probable que simplemente las Gestoras pro-Amnistía no supieran que les habían detenido (yo mismo, no me enteré hasta que salieron). Por cierto, antes de que partieran ya hicimos risas sobre el viaje, porque pretender promocionar la banda por Madrid con canciones como “Maldito País España” y “ETA” es lo más parecido que he visto en mi vida a ir buscando un escándalo ¿o no?
Fue, recordémoslo, en el verano del 83, el mismo año en el que Las Vulpess habían conseguido el suyo propio sin pretenderlo. El diario de la derecha “Abc” reprodujo la letra de “Me Gusta Ser Una Zorra” que interpretaron en el programa “Caja De Ritmos” de TVE. El PSOE acababa de llegar al poder y los sectores más fachosos tenían ganas de sacar faltas a todo. Nadie se enteró de aquella actuación, perdida en la inocua programación televisiva mañanera del sábado, pero el diario “Abc”, varios días después, se encargó de airear la letra, una deliciosa gamberrada dirigida a provocar a chicos amuermados: “Si tu me vienes hablando de amor / que
dura es la vida, el caballo me guía / permíteme que te dé mi opinión / mira imbécil,
que te den por culo...” Loles (guita), Mamen (voz), Lupe (batera) y Bego (bajo) reprodujeron de forma involuntaria la andadura de los Sex PIstols, pero con el factor
agravante de que eran chicas. Aquel estruendo las puso en boca de todos. No hubo
periódico que no las aireara en su editorial y hasta plumas tan asentadas como la de
Cela les dedicaron largas reflexiones. Parecía que se les abría el mundo pero en realidad habían cavado su tumba. Sus actuaciones se llenaron de descerebrados ajenos
al mundillo del rock & roll que querían ver “a las zorras” y de paso tocarlas el culo
que para eso habían pagado. Unos ultraderechistas las dieron una paliza en los camerinos del “Rock-Ola”, templo de la “movida” por cantar “Policía Asesina”.
Lo de Las Vulpess era increíble. En el 83 las mujeres no pintaban nada en el rock y ellas, cansadas de ser convidadas de piedra en los ensayos de M.C.D. (longeva y castiza banda bilbotarra a la que estaban unidas por todo tipo de relaciones), se atrevieron a hacer su propio grupo punk, logrando completar un combo divertidísimo.
En cierta ocasión las vi por pura casualidad en la Universidad de Leioa, provocando con gracia de sardineras al estudiantado y me enamoré simultáneamente de las cuatro. A partir de entonces acudí allá donde tocaban y siempre conseguían liarla. La verdad es que el escándalo acabó por dividirlas y lo que parecía un pelotazo acabó siendo un reventón. Aquellas Vulpess mediáticas eran una deformación grotesca de la realidad y no lo soportaron. Unos años más tarde hicieron un último concierto junto a Kortatu para impedir el cierre de la “Sala Garaje” (antes “La Jaula”), toda una institución rockera en Bilbao, regida entonces por Rafabilly y por Carmelo “McLaren”, hermano de Loles y de Lupe. Un concierto para llorar de rabia.
Los viajes a Madrid de Eskorbuto fueron siempre sonados. Del primero volvieron ya con un contrato con Spansuls Records para grabar aquel legendario “Mucha Policía, Poca Diversión”, lema que fue adoptado por la coordinadora de comparsas de la “Aste Nagusia” bilbaína. Poco después actuaron en la gala de “Radio Tres”, a altas horas de la madrugada. Todavía recuerdo el comentario asombrado de Beatriz Peker: “¡Sí, lo está haciendo, está rompiendo la guitarra!”. De
aquel concierto volvieron convencidos de que el punk madrileño estaba plagado de pijos.
Más tarde, cuando los componentes de Eskorbuto tenían necesidad perentoria de pasta protagonizaron algunos capítulos insólitos. El elepé “Los Demenciales Chicos Acelerados” fue editado idéntico por dos discográficas distintas y con dos portadas que no tienen nada que ver, caso probablemente único en la historia del rock, ¿la causa?, ellos se llevaron el “master” que era propiedad de Discos Suicidas y lo vendieron a una segunda compañía discográfica sin comentarles (un olvido lo tiene cualquiera) que se trataba de un disco ya editado.
Josu tocaría de nuevo con nosotros. En la presentación del “Bostak Bat” organizamos
el único festival en el que nos metimos a empresarios. Alquilamos el Pabellón de la Casilla de Bilbao y nos metimos un buen tortazo. Metimos casi dos mil personas en un soleado día de San Juan pero eso, en el pabellón, parecía un guateque. Preparamos un festival lleno de sorpresas y la principal, fue la presencia de Josu para interpretar su propio tema “Dana Ongi Dabil”. El hombre estaba ya bastante encogido y enfadado con el universo, pero en escena supo rendir pleitesía al Peter Townshend que llevaba dentro.
Ahora los cadáveres de Josu y Juanma descansan junto a los de mis familiares muertos. Cuando visito el nicho de mi padre paso frente a los vuestros y se me hiela siempre el alma. El enterrador de Kabiezes me dijo en cierta ocasión que vuestra tumba es profusamente visitada por tribus que vienen de confines increíbles.
Vuestro mito crece día a día como el de tantos rockeros muertos y yo espero,
confío o simplemente sueño, que un día nos veamos “Mas Allá del Cementerio”.
Mas adelante pasaremos mas info.
UNDERPERUROCK
Los años pasan y ellos siguen ahí, tozudamente, ganando batallas después de
muertos como decían del “Cid campeador”.
Estoy esperando un tren, jugando con mi hija y leo una pintada reciente en la pared de la estación: “Eskorbuto, eskizofrenia rock”. Camino por el paseo marítimo de Benicarló y pasan a mi lado dos chavales con chupas de cuero donde aparece su nombre escrito en la espalda. Están en los retretes, en las conversaciones, en las reediciones, en los discos-homenaje.
Son una presencia constante y no sólo porque aparezcan en mis recuerdos, lo cierto es
que han dejado huella. Me resulta cuando menos una ironía comprobar que al buscar mi nombre en internet, éste aparece a menudo vinculado a Eskorbuto.
Josu y Juanma fueron los ideólogos y máximos carismas de una banda con muchísimo carisma. “Demasiados Enemigos” titularon su última obra. Nada más cierto. Llegó un momento en que eran odiados por los “picas” del tren y por las gentes de bien, por la policía y por muchos militantes radicales, por los taberneros de medio Bilbao y por casi todos los músicos, por muchos “punkys” que les consideraban macarras y por muchos macarras que les consideraban “punkarras”. El “Anti Todo” terminó en “Demasiados Enemigos”, no podía ser de otra forma. Ni siquiera ellos mismos estaban unidos contra el mundo. Se odiaban con la misma intensidad que se amaban y se separaban amargamente para después volverse a juntar porque nadie les iba a comprender tanto como el uno al otro: pura esquizofrenia.
Recientemente estuve llevando castings para un programa de televisión. Se trataba de encontrar aspirantes para un concurso en el que se busca pareja. Una de las candidatas era una punky reglamentaria de las que ya no se ven. Se dedicaba a hacer acrobacias con antorchas por la calle y como mascota tenía una ratita.
Cuando le preguntamos cuál era su música favorita respondió sin dudarlo: Eskorbuto. En un ejercicio de vanidad le conté que yo les puse el nombre, ella me miró con cierta guasa en la expresión y me soltó desafiante: “ya, pues yo bauticé a los G.B.H., qué te parece”. Lo cierto es que así fue, y a veces pienso que quizá esa acabe siendo mi mayor aportación a la historia de la humanidad.
Josu estuvo con nosotros desde el 77 hasta el 80, es decir, en la época en que éramos
un anteproyecto que andaba dando tumbos. La manera de conocerlo ya fue bastante original. Manu, un amigo del instituto que militaba en las Juventudes Comunistas (E.G.K.) me lió para dar una charla sobre rock en la Asociación de Vecinos del barrio de Las Viñas. Yo no me veía dando charlas pero ante su insistencia tuve una idea alternativa: haría una “proyección” sobre la vida, obra y milagros de los Rolling Stones. Mis armas en aquella batalla eran:
a) Un montón de revistas musicales.
b) Un proyector marca “Ricolor”, en realidad un juguete que resistía desde mi
infancia y proyectaba cualquier foto que le pusieras debajo.
Mi amigo Manu contaba con captar adeptos para el comunismo y yo esperaba hacer lo mismo para los Rolling Stones.
Aparecieron unos quince tuercebotas del barrio, suficientes para abarrotar una sala mínima. Les fui soltando todo el rollo mitómano que albergaba en la parte ociosa de mí recalentada mollera, ocupada casi exclusivamente por el rock y alguna sofocante imagen femenina. Llegó un momento en el que me fui quedando sin material gráfico. Las múltiples informaciones, anécdotas y exageraciones seguían fluyendo sin parar mientras las fotos se repetían sospechosamente. Decidí sobre la marcha cometer una pequeña golfería, tomé una imagen muy borrosa de Roger Daltrey y la intenté colar como una más de Mick Jagger. Nadie parecía haber reparado en el cambiazo.
Cuando el acto terminó todos marcharon excepto uno. Era rubio, melenudo y con barbas. Llevaba una chamarra roja ceñida con cuadros blancos, unos vaqueros resobados y unas camperas machacadas. Portaba también una guitarra llena pegatinas,
la más grande de todas me puso en guardia enseguida: era la “diana” de los Who. Era la viva imagen de un rockero-macarrilla de barrio. Sus ojos azules tenían un brillo de malicia. En efecto, me había pillado. Encontrar entonces adictos a la distorsión no era tan sencillo. Los enganchados al rock & roll nos olfateábamos y nos juntábamos como bestias en celo pero lo de Josu era único. Para contarte tal o cual episodio de la historia de los Who emulaba una por una la puesta en escena de todos los componentes. Recuerdo representaciones entusiastas en el portal de mi casa y vecinos aterrados que creían que le habría dado un ataque de epilepsia.
Pete Townshend, Keith Moon, Roger Daltrey y hasta el soso de John Entwistel se reencarnaban en su nerviosa figura, y como buen mitómano, era el doble de espectacular que ellos.
Josu se había fumado todos los “Popular 1” y todos los “Disco Express” del mundo y recreaba también toda aquella literatura como Alonso Quijano hacía con los libros de caballerías. Aquella pobre guitarra recibía golpazos constantemente y nunca se rompía, si acaso le ponía otra pegatina sobre la grieta y en paz. Parece que lo estoy viendo, marcando acordes y activando la púa a velocidad de vértigo, siempre con un cigarro entre los nicotinosos dedos. Josu y yo pasábamos largas horas soñando otros mundos con más acción y más interés pero Zarama se le acabó quedando pequeño. A Josu le exasperaban aquellos periodos de “impasse” en los que no hacíamos nada, tampoco veía con buenos ojos la presencia de Nekane, le parecía que no lo vivía de verdad. El rechazo era mutuo. Ironías de la vida: ambos tuvieron un final similar.
A Juanma lo conocía del “Jandros”, antro santurtziarra donde nos dejábamos caer (pura ley del embudo) todos los que disfrutábamos con el rock y sus aledaños.
El “Jandros” era heredero del “Club 51” reventado por ETA y acabó precintado por el ayuntamiento ante la presión vecinal, lo que se dice un local maldito. La primera relación fue “comercial”, ya que él trapicheaba esporádicamente y poco a poco fuimos entrando en confianzas. A mí me hacía gracia su desparpajo y a él, me temo, le hacía gracia, sobre todo, mi novia. Juanma era alto, con cara redonda y melenas a lo Jim Morrison –de hecho le encantaba el “Roadhouse Blues”– pero lo que realmente le iba era la “química”. Para hacer un estudio sobre los efectos de cualquier sustancia, nada mejor que tomar apuntes después de estar con él una tarde. Juanma era de otro barrio heavy de Santurtzi: Kabiezes, por alguna extraña razón, los que bajaban de allí eran auténticos kamikazes del pastilleo, vivía cerca del cementerio y siempre se le notó. Le encantaban los temas escabrosos.
En un momento de auténtica crisis en nuestra banda, Juanma y yo nos pusimos a fantasear con la posibilidad de montar otra. En aquellos días estábamos enganchados
con los Ramones y pensábamos hacer algo así: fácil, rápido, directo. Josu, que también se dejaba caer por aquel antro, sería la otra pata del banco y también mi amigo de la infancia, Laiki el autostopista, estaría en el ajo. El nombre surgió sin más, porque sonaba “como si vomitas al decirlo”: “Eskor...¡BUTO!”, y después de hacer unas risas con la ocurrencia, Juanma apareció al día siguiente diciendo que había tenido sueños delirantes con el nombre y le parecía perfecto. Cuando los otros “zaramas” se enteraron de mis coqueteos al margen del grupo me llamaron al orden. La verdad es que, dejando a un lado la broma, yo me sentía mucho más que miembro de un grupo de rock. Zarama era mi familia, mi proyecto, el resumen de mis mejores sueños y en el terreno personal, me sentía plenamente identificado con los demás componentes.
Pero la mecha eskorbutiana estaba ya encendida y la llama se dirigía imparable hacia el barril de pólvora. Juanma, Josu y Laiki ficharon a un batería de Kabiezes –apodado el “Gu”– y pusieron en marcha la leyenda. Josu aportaba sus visiones apocalípticas, sus sueños febriles de imposibles revueltas sociales, su orgullo de generación, de barrio y sobre todo, aunque resulte chocante hablando de un grupo punk, su instinto comercial, su extraordinaria capacidad para crear canciones himno
de estribillos contagiosos. Juanma, por su parte, aportaba las pesadillas. La vieja que le atormentaba en su infancia, la tierra dominada por los dinosaurios, los muertos, obsesivamente presentes en toda su obra.
La creación del grupo coincidió con la expansión del punk y sirvió de continua inspiración para ellos. De pronto era habitual verles con discos de Plasmatics, UK Subs, G.B.H., Exploited, Dead Kennedys y toda la generación de continuadores de la saga Pistols. Pero el gran drama de Eskorbuto, es que no valían para malos. Lo intentaron con tesón pero no les salía. Si trataban de robar en una iglesia, despertaban a todos los vecinos y acababan en chirona. Si pretendían dar un tirón, la dueña del bolso resultaba ser campeona olímpica y corría más que ellos. Si se colaban en el tren, los guardias jurados les daban pal pelo... para ser los delincuentes juveniles que a veces se creían, les faltaba ese algo más que caracteriza al verdadero canalla, ése que, evidentemente, puede vestir chupa de cuero o trajes exorbitantes.
Cuando publicaron la reedición de algunos discos de Desechables y leí la biografía, quedé asombrado de los paralelismos que había entre ambas bandas. Ellos también se fundaron en torno al tasco “enrollado” de turno y también jugaron a delincuentes juveniles cuando, a todas luces, no lo eran.
La diferencia está en que a uno de los componentes de Desechables lo mataron cuando trataba de atracar él solo una joyería con un arma de juguete. El dueño de la tienda tenía una de verdad y no se lo pensó.
A Josu le gustaba mucho repetir aquello de “todavía nos seguimos riendo”, pero lo cierto es que también, yo diría que sobre todo, sufrieron de lo lindo. La militancia
anti-todo les hizo incómodos en todos los ambientes y su rápida adicción a la heroína les llevó a menudo a merodear los ambientes más sórdidos. Moverse con ellos requería mentalizarse seriamente para cualquier tipo de susto. No se cansaban nunca. Podían hacer burla a una pareja de la Ertzantza y echar a correr, meterse en un portal a hacer sus maniobras y encararse con el vecino más malencarado del mundo, entrar en el autobús y dedicarse a comprobar si el martillito de emergencia sirve de verdad para romper el cristal (servía), era un puro sinvivir. En varias comisarías ya se los tomaban a cachondeo.
Aquella primera fase de cercanía entre nuestros grupos terminó cuando se largaron a Kabiezes. La familia del Gu tenía una casita deshabitada perdida entre pabellones industriales y allí se instalaron, en un lugar donde podían meter todo el ruido que querían y donde además tenían espacio para rascarse a gusto los huevos.
Fue una fase de gran creatividad donde compusieron buena parte de sus canciones
legendarias. Pero ni Laiki ni el Gu fueron capaces de seguir mucho tiempo ese ritmo. En sus andanzas callejeras dieron con Paco, que también tenía local y batería en Portugalete y no pararon hasta que le afeitaron la barba. A partir de ese preciso momento Eskorbuto se convirtió en un misil. Para que tres personas hagan una banda contundente, esa banda ha de ser la hostia. Pocas hay realmente, pero todas de quitarse la boina: Cream, Motorhead, ZZ Top, Kortatu, Police, The Jimmy Hendrix Experience... Ellos lo consiguieron.
El tiempo, que todo lo borra, podrá aparcar en el olvido muchas anécdotas asombrosas, pero tardará en cargarse esas canciones excepcionales compuestas con las tripas y que son su mayor legado: “Ratas en Bizkaia”, “Tamara”, “Rogad a Dios por los Muertos”, “Mucha Policía, Poca Diversión”, “Busco en la Basura”, “Soldados”... Lo que ya es privilegio generacional (todas las generaciones tienen los suyos) es haberlos visto en directo. Era raro, muy raro, que hicieran una actuación rutinaria, sus puestas en escena eran siempre intensas, conflictivas, imprevisibles.
En el fondo, a ellos mismos les superaba este hecho. Saber que van a ocurrir cosas inesperadas puede ser divertido al principio, pero con el paso del tiempo uno tiene el deseo inconfesable de que el personal se dedique a corear tus canciones, que te pidan unos cuantos bises e irte tan contento para casa después de cobrar.
Para ellos era realmente difícil. Cuando no había peleas, alguien rompía los focos
o caía de bruces sobre la mesa de mezclas. Bolo, personaje fundamental en el mundillo
musical de Bilbao, suele decir que el punk fueron Sex PIstols y Eskorbuto, quizá tenga razón, lo que ocurre es que los Sex PIstols terminaron su disparatada andadura en menos de dos años y se dedicaron a vivir del cuento.
Eskorbuto, en cambio, alargaron durante más de una década su desquiciada trayectoria.
El mártir de la movida Pistols fue Sid Vicious. En todas las películas y reportajes sobre aquel episodio, el resto de la banda suele soltar unas lagrimitas de homenaje a su figura, lamentablemente perdida en manos del “sistema” y de “aquella zorra que lo manipuló”. Los demás predicadores del “No Future” han tenido un futuro cojonudo.
Lo de Eskorbuto en cambio, fue como si a los Pistols, les hubieran obligado después a convivir con toda la enérgica secuela de punkys desquiciados que ellos mismos parieron (y contra la que tantas pestes echaron).
Después de la fama inicial, Juanma y Josu podrían haberse retirado a sus castillos de invierno y dejar que los fans se los imaginaran donde quisieran, pero no. Sus aficiones y su estricto sentido de la coherencia, les llevaron a seguir en la puta calle. De esta forma, nuevas hornadas de punkeros, mucho más enérgicos, radicales y sobre todo, menos quemados que ellos, tuvieron la extraordinaria oportunidad de rular con sus ídolos por la calle y comprobar en directo si eran tan auténticos como los habían imaginado. Insisto, ellos no valían para “malos”, sencillamente no lo eran.
De aquella triste etapa de finales de los ochenta, sacaron un balance catastrófico: se engancharon de forma irreversible, destrozaron lo que les quedaba de salud y fueron vetados en casi todos los bares donde pretendían entrar, esto sin contar la innumerable cantidad de palizas que se comieron para demostrar su valor, porque valientes si eran, demasiado incluso.
Durante un viaje a México en 1992 y pude observar con asombro como decenas de cintas piratas se vendían en rastros y tiendas de música sin que nadie hubiera movido un dedo para que así fuera. Esto puede sonar exagerado, pero doy fe de que entonces, su casa de discos no había dado un solo paso para promocionar ni distribuir a Eskorbuto más allá de Finisterre. La leyenda cruzó el océano sin aparato promocional alguno.
En los estertores de su existencia, llegaron a conocer un inmenso pabellón mexicano repleto de fans que coreaban sus canciones. Para entonces Josu era incapaz de moverse de su casa, Juanma y Paco le fueron enseñando las canciones a Iñaki, guitarra de los donostiarras Speed, durante el viaje en avión.
Increíble pero cierto.Un capítulo decisivo en su atormentada odisea, fue la detención en Madrid y la aplicación de la ley antiterrorista. “Las Gestoras pro-Amnistía dormían mientras nosotros nos pudríamos”... Corrieron muchos ríos de tinta en su día con este suceso que a ellos les cabreo sobremanera, pero antes de que ocurriera, ellos no estaban alineados con la izquierda abertzale y es muy probable que simplemente las Gestoras pro-Amnistía no supieran que les habían detenido (yo mismo, no me enteré hasta que salieron). Por cierto, antes de que partieran ya hicimos risas sobre el viaje, porque pretender promocionar la banda por Madrid con canciones como “Maldito País España” y “ETA” es lo más parecido que he visto en mi vida a ir buscando un escándalo ¿o no?
Fue, recordémoslo, en el verano del 83, el mismo año en el que Las Vulpess habían conseguido el suyo propio sin pretenderlo. El diario de la derecha “Abc” reprodujo la letra de “Me Gusta Ser Una Zorra” que interpretaron en el programa “Caja De Ritmos” de TVE. El PSOE acababa de llegar al poder y los sectores más fachosos tenían ganas de sacar faltas a todo. Nadie se enteró de aquella actuación, perdida en la inocua programación televisiva mañanera del sábado, pero el diario “Abc”, varios días después, se encargó de airear la letra, una deliciosa gamberrada dirigida a provocar a chicos amuermados: “Si tu me vienes hablando de amor / que
dura es la vida, el caballo me guía / permíteme que te dé mi opinión / mira imbécil,
que te den por culo...” Loles (guita), Mamen (voz), Lupe (batera) y Bego (bajo) reprodujeron de forma involuntaria la andadura de los Sex PIstols, pero con el factor
agravante de que eran chicas. Aquel estruendo las puso en boca de todos. No hubo
periódico que no las aireara en su editorial y hasta plumas tan asentadas como la de
Cela les dedicaron largas reflexiones. Parecía que se les abría el mundo pero en realidad habían cavado su tumba. Sus actuaciones se llenaron de descerebrados ajenos
al mundillo del rock & roll que querían ver “a las zorras” y de paso tocarlas el culo
que para eso habían pagado. Unos ultraderechistas las dieron una paliza en los camerinos del “Rock-Ola”, templo de la “movida” por cantar “Policía Asesina”.
Lo de Las Vulpess era increíble. En el 83 las mujeres no pintaban nada en el rock y ellas, cansadas de ser convidadas de piedra en los ensayos de M.C.D. (longeva y castiza banda bilbotarra a la que estaban unidas por todo tipo de relaciones), se atrevieron a hacer su propio grupo punk, logrando completar un combo divertidísimo.
En cierta ocasión las vi por pura casualidad en la Universidad de Leioa, provocando con gracia de sardineras al estudiantado y me enamoré simultáneamente de las cuatro. A partir de entonces acudí allá donde tocaban y siempre conseguían liarla. La verdad es que el escándalo acabó por dividirlas y lo que parecía un pelotazo acabó siendo un reventón. Aquellas Vulpess mediáticas eran una deformación grotesca de la realidad y no lo soportaron. Unos años más tarde hicieron un último concierto junto a Kortatu para impedir el cierre de la “Sala Garaje” (antes “La Jaula”), toda una institución rockera en Bilbao, regida entonces por Rafabilly y por Carmelo “McLaren”, hermano de Loles y de Lupe. Un concierto para llorar de rabia.
Los viajes a Madrid de Eskorbuto fueron siempre sonados. Del primero volvieron ya con un contrato con Spansuls Records para grabar aquel legendario “Mucha Policía, Poca Diversión”, lema que fue adoptado por la coordinadora de comparsas de la “Aste Nagusia” bilbaína. Poco después actuaron en la gala de “Radio Tres”, a altas horas de la madrugada. Todavía recuerdo el comentario asombrado de Beatriz Peker: “¡Sí, lo está haciendo, está rompiendo la guitarra!”. De
aquel concierto volvieron convencidos de que el punk madrileño estaba plagado de pijos.
Más tarde, cuando los componentes de Eskorbuto tenían necesidad perentoria de pasta protagonizaron algunos capítulos insólitos. El elepé “Los Demenciales Chicos Acelerados” fue editado idéntico por dos discográficas distintas y con dos portadas que no tienen nada que ver, caso probablemente único en la historia del rock, ¿la causa?, ellos se llevaron el “master” que era propiedad de Discos Suicidas y lo vendieron a una segunda compañía discográfica sin comentarles (un olvido lo tiene cualquiera) que se trataba de un disco ya editado.
Josu tocaría de nuevo con nosotros. En la presentación del “Bostak Bat” organizamos
el único festival en el que nos metimos a empresarios. Alquilamos el Pabellón de la Casilla de Bilbao y nos metimos un buen tortazo. Metimos casi dos mil personas en un soleado día de San Juan pero eso, en el pabellón, parecía un guateque. Preparamos un festival lleno de sorpresas y la principal, fue la presencia de Josu para interpretar su propio tema “Dana Ongi Dabil”. El hombre estaba ya bastante encogido y enfadado con el universo, pero en escena supo rendir pleitesía al Peter Townshend que llevaba dentro.
Ahora los cadáveres de Josu y Juanma descansan junto a los de mis familiares muertos. Cuando visito el nicho de mi padre paso frente a los vuestros y se me hiela siempre el alma. El enterrador de Kabiezes me dijo en cierta ocasión que vuestra tumba es profusamente visitada por tribus que vienen de confines increíbles.
Vuestro mito crece día a día como el de tantos rockeros muertos y yo espero,
confío o simplemente sueño, que un día nos veamos “Mas Allá del Cementerio”.
Iosu y Juanma
Mas adelante pasaremos mas info.
UNDERPERUROCK