En su casa de Villa Urquiza, los fans lo despidieron en silencio.
Las hijas de Spinetta. Catarina, junto a su pareja, Nahuel Mutti, y Vera, junto a su novio, fueron las primeras en salir del domicilio familiar.
Ironía del destino. O despedida a la altura de su poesía. Ayer, a las 21.52, en un 9 de febrero atípico, el viento cálido doblaba los árboles y en la entrada del domicilio de Luis Alberto Spinetta un puñado enorme de hojas secas se acumulaban, tristes, a sus pies, mientras sus restos abandonaban su casa.
Ninguno de los vecinos que supo la noticia a las 18.15 quería que el Flaco se alejara como lo hizo a las 17.30 rodeado de sus hijos, Dante, Catarina, Valentino y Vera.
En un clima de profundo respeto en el que los propios fans pedían que no se filmara ni se sacaran fotos, los policías cercaron la entrada de la casa. Del otro lado, cientos de personas, en su gran mayoría muy jóvenes, se reunían en silencio. Algunos vecinos contaban anécdotas sobre Luis Alberto, y en todas el rasgo que se destacaba era su humildad, su disposición para conversar o firmar un autógrafo si se lo pedían.
Las paredes externas del domicilio de Spinetta, ubicado en Iberá al 5005, en el barrio porteño de Villa Urquiza, fueron adornadas con dibujos y cartas. Una de ellas recordaba: “canta, canta, canta toda la vida/ canta con emoción y al partir sentirás una brisa inmensa de libertad”.
Los primeros en salir de la casa fueron sus hijas Vera y Catarina, acompañadas por sus parejas.
Más tarde, estacionó frente a la entrada de la casa una camioneta trafic verde, enviada por el cementerio privado Jardín de Paz, de la zona de Pilar. Fue en ese momento cuando Gustavo, el hermano de Spinetta, saltó por la terraza del estudio de música contiguo a la casa (Iberá al 5009) y deslizó una frazada roja sobre la camioneta, para evitar las fotos.
Las fuertes ráfagas de viento volaron la frazada y la propia gente que estaba en la calle pidió que volviera a acomodarla. Un aplauso largo y conmovido acompañó el momento en que el cuerpo de Spinetta fue retirado de la casa.
Unos minutos después, Gustavo se fue en su auto. Tras él salieron Dante y Valentino. La ceremonia íntima fue en el velatorio O’Higgins, del barrio de Belgrano.
Un fan de los muchos que se quedaron allí lloraba en silencio, a oscuras. No quería escuchar los otros llantos. En sus oídos llevaba puestos auriculares. Uno podía imaginarse qué estaba escuchando mientras veía, con la mirada perdida, con qué verdad todas las hojas son del viento.
Ninguno de los vecinos que supo la noticia a las 18.15 quería que el Flaco se alejara como lo hizo a las 17.30 rodeado de sus hijos, Dante, Catarina, Valentino y Vera.
En un clima de profundo respeto en el que los propios fans pedían que no se filmara ni se sacaran fotos, los policías cercaron la entrada de la casa. Del otro lado, cientos de personas, en su gran mayoría muy jóvenes, se reunían en silencio. Algunos vecinos contaban anécdotas sobre Luis Alberto, y en todas el rasgo que se destacaba era su humildad, su disposición para conversar o firmar un autógrafo si se lo pedían.
Las paredes externas del domicilio de Spinetta, ubicado en Iberá al 5005, en el barrio porteño de Villa Urquiza, fueron adornadas con dibujos y cartas. Una de ellas recordaba: “canta, canta, canta toda la vida/ canta con emoción y al partir sentirás una brisa inmensa de libertad”.
Los primeros en salir de la casa fueron sus hijas Vera y Catarina, acompañadas por sus parejas.
Más tarde, estacionó frente a la entrada de la casa una camioneta trafic verde, enviada por el cementerio privado Jardín de Paz, de la zona de Pilar. Fue en ese momento cuando Gustavo, el hermano de Spinetta, saltó por la terraza del estudio de música contiguo a la casa (Iberá al 5009) y deslizó una frazada roja sobre la camioneta, para evitar las fotos.
Las fuertes ráfagas de viento volaron la frazada y la propia gente que estaba en la calle pidió que volviera a acomodarla. Un aplauso largo y conmovido acompañó el momento en que el cuerpo de Spinetta fue retirado de la casa.
Unos minutos después, Gustavo se fue en su auto. Tras él salieron Dante y Valentino. La ceremonia íntima fue en el velatorio O’Higgins, del barrio de Belgrano.
Un fan de los muchos que se quedaron allí lloraba en silencio, a oscuras. No quería escuchar los otros llantos. En sus oídos llevaba puestos auriculares. Uno podía imaginarse qué estaba escuchando mientras veía, con la mirada perdida, con qué verdad todas las hojas son del viento.